Nueva vida en Buenos Aires

Hace ya casi un mes que se hizo realidad lo que fui planeando casi todo el 2017 y con petacas con sobrepeso y todo he llegado a vivir a Buenos Aires. Muchos cuestionaron si estaba tomando la decisión correcta por la situación política que está atravesando Argentina, pero mis ganas de estudiar fueron más grandes que quedarme otro año más en Chile.
Sí, hace tiempo que quería poner las neuronas a funcionar de manera más académica y qué mejor que la UBA para eso. Solo el tiempo dirá si estuve en condiciones para tomar este reto- que tiene muchas primeras veces reunidas- pero por ahora estoy feliz, sobre todo con mi nueva casa, ciudad y barrio. Mucho se dice sobre Buenos Aires y casi la mayoría son ciertas: una ciudad enorme (cuando en Santiago solo tenemos Alameda y Panamericana como grandes arterias) con resabios de esa pequeña Europa en latinoamérica. Ya de tan solo mirar que la mayoría de las calles son de un sentido de tránsito da toda una idea de lo grande del espacio.
 Es un lugar viejo en el que casi todo funciona a gas y, por lo mismo, hay un olor constante que mata a cualquier traumado que anda tras de llave que pueda originar una fuga letal.
Nada más llegar mi amiga Cecilia, dueña del lindo departamento en el que soy dueña de casa, me comentó que los sistemas eléctricos sufren con el extremo calor del verano -que pude probar con casi los 40 grados que hicieron el día que llegué- y que con el explosivo uso de sistemas de aire acondicionado se sobrecalientan hasta causar cortes de luz. Y es extraño, pues nada más al llegar y comenzar a mirar con detenimiento las torres de edificios uno puede percatarse que ya el uso de AC no es un lujo, sino una necesidad de primer nivel que no escatima en los fluctuantes gastos que los servicios han generado a la población.
Otro factor que hace estragos en Buenos Aires es la tan mentada humedad y es que te bajas del avión y sales del aeropuerto y esta se huele. Todo, absolutamente todo, tiene olor a mojado; el Subte es otra historia de lavadora y sientes que das vuelta en él tal y cual la ropa en esas máquinas. Hasta llueve en verano y hay tormentas eléctricas, pero no sueñes en salir abrigado, pues sudarás como burro prófugo.
Una de las cosas bonitas de Buenos Aires es que las moles de edificios que se han ido tomando cada rincón de Santiago, acá sólo se ven en ciertos sectores. Arquitectónicamente es una ciudad armónica y con una identidad de barrio bastante arraigada, cosa que se promueve haciendo que cada unidad vecinal cuente con todo lo básico para no tener que trasladarse tan lejos, sobre todo cuando acá las distancias a cubrir son bastante grandes. Yo he estado tan maravillada- sobre todo viviendo en Santiago en una comuna tan dejada como Quilicura, de tener al menos tres supermercados cerca, el Parque Centenario a 15 minutos caminando, tres librerías en menos de cinco cuadras, una estación de Subte a casi diez minutos, una cervecería en la esquina y un par de cafés especiales para ir a trabajar o leer.
Otra cosa maravillosa es que no hay farmacias en cada esquina, sino que heladerías y casi todas son buenas. Ya en otra entrada comentaré qué tal son las de mi barrio porque recién he probado un par.
Bueno, estas son ideas preliminares de una recién llegada y sí hay mucho que ver. Es un momento bastante interesante para estar en Argentina, se asoman reformas grandes y que pueden significar ciertas desestabilizaciones, pero hay que verlas y con eso hacerse una idea que no adscriba a ninguna línea editorial más que a la propia.






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