Sísifo fue un Idol.
Era una calurosa
tarde de sábado en el parque. Muchos allí se congregaban para realizar las
típicas actividades: padres felices viendo a sus hijos andar en patines,
familias compartiendo gratas charlas y un exquisito picnic, entre otras. Todo
era normal en el San Borja, todo salvo que en medio del lugar llevaba a cabo un
velorio; uno sin ataúd sobre el que llorar, en el que las velas y flores solo
eran el símbolo de una muerte que, creíamos, solo habría ocurrido en un
simulacro. En un pedazo de territorio imaginario que no podíamos reconocer.
Es raro cómo la
cuidad va amoldándose al dolor de un duelo. Cómo ciertos lugares pueden
transformarse en el templo perfecto para despedir a un ser al que se le estima
desde lejos. Justo ese lugar de esparcimiento, risas estridentes y prácticas de
coreos de grupos Kpop, se transformó en el camposanto de la imagen de Kim Jonghyun
y, con eso, en testigo de llantos desconsolados –e incomprendidos- de las fans
de SHINee que, de un día a otro, se enteraron de que uno de los cinco miembros
del grupo se había suicidado en la soledad de un departamento alquilado en el
sector más lujoso de Seúl.
¿Pero quién era
Jonghyun? Jjong, como cariñosamente le llamaban sus cercanos, tenía 27 años (28
según los cálculos de edad en Corea), dedicando10 de ellos a la demandante
industria del entretenimiento en Corea del Sur. Dueño de un carisma poderoso;
la voluntad que se ve poco en las cómodas nuevas generaciones; una
determinación que lo llevo a extender su talento hasta lugares insospechados y
una voz que no solo quedó en la proyección de sus canciones, sino que en la
garganta de cientos de personas que se sentían fuera de la exigente y
discriminadora sociedad coreana. Sus
discos fueron muestra de su versatilidad
como artista y de la sensibilidad que lo movía en la vida, esa misma que le
hizo una zancadilla irrevocable a su existencia.
Lo tenía todo.
Una familia que lo adoraba, amigos que le dieron cariño y apoyo a toda prueba,
una carrera solista es asenso y estabilidad económica, pero por un motivo que
nunca entenderemos, eso no fue suficiente. Las razones que motivan a un suicida
son variadas como personas habitan en el mundo y pueden ser gatilladas por
causas químicos o por traumas que no tienen nada que ver con lo fisiológico.
Sin embargo, la soledad es una sola y, algunas veces, se torna más grande que
nosotros mismos.
El
reconocimiento de la depresión como la enfermedad de estos tiempos es algo que
no podemos negar, sobre todo cuando vivimos en un mundo al que es difícil
aferrarse y que exige para su correcto funcionamiento más máquinas que humanos.
Las cifras en Corea del Sur, país que se reconoce por su rigidez y
conservadurismo, son alarmantes. No obstante, lo más lamentable no es la
estadística en sí misma, sino la categorización que a este mal se le otorga en
este país asiático, haciendo que los afectados se sientan “responsables” de
padecer este trastorno.
La lista de
estrellas de Kpop que batallan con la depresión es ampliamente conocida. Todos
supimos de los problemas de T.O.P, Heechul, UI, Taeyoon, Henry, entre otros,
mas nunca imaginamos que Jonghyun entraba en el conteo, y es que la presión a la que se ven
expuestos, desde temprana edad, los ídolos del Hallyu llega a límites que no
podemos ni imaginar: contratos iniciales
que hipotecan sus vidas a casi cinco años, un régimen de preparación que no les
deja tiempo para la escuela o sus familias, dietas que los ponen en riesgos de
salud, cambios drásticos que, en personas con desórdenes de personalidad,
pueden gatillar consecuencias graves, entre otras cosas.
Asistimos a la
deconstrucción y derrumbe de vidas en base a un extremo modelo de alienación
por el trabajo. Ese problema desencadena procesos a nivel privado que se
expresan en la vida en sociedad de los afectados y, cuando ya alcanza niveles
extremos, concluye en suicidio.
“El suicidio
como tragedia de la vida íntima no es más que la medida y el síntoma de una
lucha social, siempre flagrante, donde mucho combatientes se retiran cansados
porque se saben siempre víctimas”.[1]
Jonghyun nos
gritó durante tanto tiempo. Nos alertó tan claramente de su batalla
privada, pero sus quejas se almacenaron
en esa parte de la mente que oye, pero no escucha, que mira; mas no ve. En el
vídeo de uno de sus últimos singles, llamado curiosamente Lonely, presenciamos una
declaración de principios en cada uno de sus gestos. Cuando miras el backstage
lo entiendes más: la imagen de él sentado en una bañera mientras mira a la
cámara y pregunta con frontalidad“¿saben
lo que estas marcas significan?”. No eran cualquier tipo de marcas, eran 28
líneas, semejantes a las que los prisioneros marcan en sus celdas para tener
conciencia del tiempo, dibujadas en uno de sus brazos. Luego de su deceso,
pudimos comprobar que estas no solo hablaban de los años de búsqueda de la
propia tranquilidad, sino que de la fecha exacta en la que se rendiría para ir
a buscar la paz que nunca conquistó acá.
¡Ah!, 28 trazos
que bailaban en el brazo de alguien que ya había decidido. De un prisionero de
sí mismo que quería, por fin, liberarse a costa de su propio cuerpo.
Hablar del
suicidio es algo poco grato, sobre todo cuando quien lo comete es alguien
talentoso que entrega luces a un mundo lleno de sombras. En el suicida se
encarnan todas las fallas del sistema y es por eso que a esa figura se le
teme, no tanto por lo terrible de su acto, sino por enrostrarnos todo lo que
hicimos mal como grupo humano. Corea del Sur es uno de los países desarrollados
que más cercanía ha establecido con ese “personaje”, no por nada ostentan una
de las tasas de automortalidad más altas dentro de países OCDE.
Pero, ¿por qué? Bueno, los motivos por los que este país
está sumido en la situación actual derivan de muchas partes: un capitalismo
salvaje que hace ver a cada ser humano que realiza una tarea solo como un ente
de producción que debe satisfacer estándares, algunas veces, inhumanos; la
división del territorio en dos y la herida-frontera que eso abrió en los
habitantes de cada mitad, la desconfianza en el vecino y una desviada idea de
la “vergüenza social”, son solo algunos de estos. Ya de esto último habló la
etnóloga, Ruth Benedict, cuando dijo que en Asia en general, esa idea llegó a
tomar la misma forma que el pecado tendría para ciertas religiones. De hecho,
es por esto que en Corea del Sur cualquier conducta que te humanice es mal
vista. Cualquier actitud que hable de la vida libre, con todas sus virtudes y
contradicciones, es denostada.
Dicho esto es cómo podemos intuir que cada sociedad es
culpable de la creación de sus propios monstruos. Cada uno síntoma de los
vicios que nuestras sociedades modernas han adquirido y que pugnan con las
almas de millones de personas. En esta lid algunas se retiran vencidas de la
partida, pues sienten que no hay más futuro que saberse siempre mártires de un
sistema que no podrán cambiar y que los castiga en lo más profundo.
La distancia entre esta víctima y suicida se mide en un
vacío, pero qué es lo que entendemos por este. Según Margarite Yourcenar es “lo lleno no manifestado”, es decir eso
que se quedó en las paredes de la carne y que nos sentamos a observar en
silencio. No obstante, podríamos usar un término más cercano a otras
conclusiones como, por ejemplo, “contemplar”, siendo este la base de toda
acción artística, podemos concluir que el suicidio es un acto artístico, un statement. Una “intervención” a la vida
misma, un eterno mirar hacia adentro y es en esa donde acción surgen dos tipos
de individuos que no se reconciliarán jamás.
“Hay dos clases de
seres humanos: aquellos que apartan la muerte de su pensamiento para vivir
mejor y más libremente, y aquellos otros que, por el contrario, se sienten
vivir con más fuerza y mas inteligencia cuando las acechan en cada una de las
señales que ella les hace a través de las sensaciones de su cuerpo y los azares
del mundo exterior. Esas dos clases de mentes no amalgaman nunca. Lo que unos
llaman una manía morbosas es para los otros una heroica disciplina”[2]
Kim Jonghyun siempre
caminó en el filo de su vacío. El suicidio solo fue la consigna que coronó una
serie de luchas en las que no acostumbrábamos a ver a los Idols, sobre todo si consideramos la rígida estructura de la
industria hipercapitalizada que los domina. Todo es política e infaliblemente
correcto, hasta que ese chico de SHINee tiene la “osadía” de cuestionar las
políticas públicas que su país desarrolla en ámbitos como la integración de las
minorías sexuales; la nula inclusión en la agenda de gestiones que propendieran
a la paridad de género; la insuficiente preocupación del sistema de salud
coreano por correcto tratamiento de enfermedades mentales, entre otras causas.
Y fue así como, por un momento, olvidamos a ese país OCDE
que tiene más denuncias de irrespeto a la libertad de expresión que ciudadanos
felices, y es que es increíble cómo cada hebra de la sociedad surcoreana anula
al ser humano; tanto así que en algunos momentos se puede pensar que lo odia por
despreciar sus verdaderos colores. Un ejemplo claro esto es el tabú en cuanto a
la sexualidad, siendo esta la primera pulsión que estimula la creación de la
vida. Al verse esta disminuida por cánones tan conservadores, podríamos
experimentar esa pregunta que tanto nos atormenta: cuánto vale la vida y para
qué la queremos si no se la respeta desde su naturaleza. Que en Asia se censure
la existencia de la genitalidad llevándola casi a la categoría de mito o de
juguete retorcido y fútil, creo que nos da luces de la cautividad institiva en
la que viven sus ciudadanos.
Un lugar en el que el premio para las niñas que rinden bien
en el colegio es una cirugía estética (práctica que se promociona abiertamente
en los vagones de metro y en las calles)
que les abrirá camino laboralmente hablando; en el que los padres
solamente se preocupan de trabajar para pagar la educación de hijos que pasan
casi todo el día en el colegio y que luego presionarán para entrar a la
universidad y acceder a un trabajo exitoso. Una ciudad en la que las áreas
verdes casi no son usadas por niños que corren felices, sino que por personas
que al verse solteras después de los 30 se sientan a pensar en cómo conseguirán
todos los bienes materiales que una pareja exige para formalizar un compromiso;
para esto se quedan trabajando el doble de su jornada, pues también es mal
visto irse a la hora que el contrato estipula.
Sí, el desarrollo tiene costas a veces insoportables. En 1896 León Binswanger estableció la relación entre la vida burguesa y el suicidio, hablando de cómo “esa caza desesperada de dinero y de las posesiones materiales” lo impulsaban. No fue el único, ya antes se hablaba de cómo el vocablo Suicidio (Sui-sí mismo / Cidius- matar) se consolidara semánticamente a la par que el capitalismo en Europa.
Sí, el desarrollo tiene costas a veces insoportables. En 1896 León Binswanger estableció la relación entre la vida burguesa y el suicidio, hablando de cómo “esa caza desesperada de dinero y de las posesiones materiales” lo impulsaban. No fue el único, ya antes se hablaba de cómo el vocablo Suicidio (Sui-sí mismo / Cidius- matar) se consolidara semánticamente a la par que el capitalismo en Europa.
Europa sin duda está lejos de Asia, pero esa distancia se
hizo más estrecha con el surgimiento del mundo globalizado. Sin embargo, cuando
no se tienen las herramientas necesarias y una identidad histórica fuerte, este
proceso es el que lentamente comienza a diluir a ciertos grupos sociales y
Corea del Sur es un ejemplo claro de esto. La ilusión occidental ha abierto una
pugna que los enfrenta con ellos mismos a cada momento y, cuando ya se hace
insostenible, los divorcia de su estabilidad como personas.
Oh, ese eterno girar no sabiendo si lo haces porque quieres
o porque quieren; la continúa asfixia que embota los sentidos hasta que todo se
vuelve una bruma en la que miras tus manos y no son tuyas; caminas pero no
sabes si con tus pies. Sientes, pero sin un cuerpo. El “vengador de sí mismo”,
como lo llamó Catón, ha despertado lanzando un “¡por qué!” al aire. Es en ese
momento cuando la conciencia abre los ojos para enfrentarse a la pregunta
inicial que marca la letra capital del fin.
Según Peuchet, con el suicido se responde la pregunta
filosófica fundamental: ¿vale la pena vivir o no? En esta respuesta hay un
montón de vidas que definen su campo de acción. Dicen que morir es un arte, uno
que al planearse se transforma en el eje central de ciertas existencias, cuando
estas definen la respuesta a esa cuestión esencial es el momento en el que aguantan
o se van.
No es que no se tengan razones para vivir, se tienen, pero
estas mismas pueden matarte. No es que carezcas de gente que te quiera, pasa
que hay veces en las que tu cabeza no es consciente de tu corporeidad, menos de
la de otros y así es como todo va llegando al ocaso…ya no deseas estar acá,
pues no hay conexión con nada. El suicidio, por supuesto, habla más de los que
quedan que del que decide cometerlo. La gente se refleja en este tipo de actos
y siempre es feo ver las entrañas propias en el espejo que levanta otro. Lo que
ocurrió con Jjong es una lección que se aprendió apenas encendió el primer
carbón; un recordatorio de que el verdugo siempre lo será hasta que algo sale
mal.
“¿Qué significa, en efecto, una sociedad en la que se
encuentra la más profunda soledad en el seno de millones de almas; en la cual
se puede ser poseído por el deseo indomable de matarse a sí mismo, sin que
nadie pueda preverlo?
Esta sociedad no es en realidad una sociedad; ella es, como
dice Rosseau, un desierto poblado de animales salvajes”[3]
Lo hiciste bien, Jonghyun. Descansa en paz. TÚ YA
RESPONDISTE.
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