Sísifo fue un Idol. Era una calurosa tarde de sábado en el parque. Muchos allí se congregaban para realizar las típicas actividades: padres felices viendo a sus hijos andar en patines, familias compartiendo gratas charlas y un exquisito picnic, entre otras. Todo era normal en el San Borja, todo salvo que en medio del lugar llevaba a cabo un velorio; uno sin ataúd sobre el que llorar, en el que las velas y flores solo eran el símbolo de una muerte que, creíamos, solo habría ocurrido en un simulacro. En un pedazo de territorio imaginario que no podíamos reconocer. Es raro cómo la cuidad va amoldándose al dolor de un duelo. Cómo ciertos lugares pueden transformarse en el templo perfecto para despedir a un ser al que se le estima desde lejos. Justo ese lugar de esparcimiento, risas estridentes y prácticas de coreos de grupos Kpop, se transformó en el camposanto de la imagen de Kim Jonghyun y, con eso, en testigo de llantos desconsolados –e incomprendidos- de las fans de SHINee