El fin de semana pasado rompí mi ostracismo y partí, con amenaza de tormenta eléctrica y todo, a estudiar para el CBC en un lugar ameno. Pensé en quedarme en el barrio pues hay de todo, pero me tomé el Subte y fui a depositar mi ser al mítico bar restaurante "El Gato Negro". No pude haber escogido mejor lugar para estudiar y comer al mismo tiempo y es que este maravilloso lugar -bien victoriano, por lo demás- que nada más al entrar te recibe con olor a canela, es el escenario perfecto para pasar un buen rato. Me senté en una mesa del segundo piso, muy arrinconada y con vista a calle Corrientes. Mis tendencias paranoides siempre hacen que escoja las esquinas a los sitios más abiertos, creo que soy más araña que humano. Tomé la carta y no pude dejar pasar un chocolate caliente y un cheesecake de frutos rojos que -según me dijo la agradable chica que me atendió- estaba recién hecho. La maravilla de oda que se dibujó en mi cara al probarlos fue para fotografía, pero no había nin...