En este auto voy segura de todo lo que me acecha, no sé si es porque es invisible o porque yo lo soy. Quizás es porque lo conduzco lento o talvéz rápido, lo que es cierto es que dios y el diablo juegan a las canicas en el asiento trasero. Miro por el retrovisor y los veo mover sus dedos con destreza, al mismo tiempo que un "tic tac" gráfica el choque de las pequeñas bolas de cristal en el rojo asiento de cuero. El esquema es intranquilo, siento que, no importando cuál de los dos llegue a ganar, algo tendré que sacrificar con el fin de ser chofer del destino. La gasolina comienza a escasear, creo que el juego será un poco más largo de lo que esperaba. Las uñas me han crecido un poco, cosa inexplicable si se considera que ayer las corté. Pienso en que, cualquiera sea el sacrificio que me espere, el juego debe acabar pronto pues debo regresar a casa a alimentar a mi familia. Me detengo a cargar el tanque y a comprar unos cigarrillos, sí, soy una adicta a estos cilindros nicotino
Creía en el poder de los amuletos, según él, tenían el poder de hacer favorable el azar. No sabía si lo que acababa de vivir era producto de una casualidad o a la capacidad de acción del amuleto que llevaba sagradamente en uno de sus bolsillos, éste se había convertido casi en una extensión de su propia piel, tanto que era casi imposible que lo olvidara. El amuleto se enroscaba en su mano cada vez que la depositaba en el pequeño saquillo que engalanaba la parte izquierda de su abrigo. Se aferraba a sus dedos, casi deteniendo la circulación de su sangre, alguna vez pensó que aquel talismán tenía vida propia; algunas otras oía una pequeña voz que le hablaba. Sí, se dijo, esta serpiente blanca será la que ponga en azar de mi lado, qué es la suerte sino algo que manejamos a voluntad. No le gustaba pertenecer a la raza humana, sentía inquina para con los de su género. Sin embargo, la mayoría de las veces, anteponía su condición a cualquier cosa que pudiera pensarse como más poderosa. Si los
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