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Abismo quimérico.

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Siempre dormía con la luz de noche encendida. Se sentía segura al pensar que si caía en un sueño muy profundo esa estela sería la que la guiara nuevamente al mundo de los vivos, al mundo en el que los que caminan parecen muertos moviéndose por efecto del viento. Cerraba los ojos abriendo un abismo en su alma, girando la puerta de su yo reprimido, de su identidad guardada. Creía que si alguien dormía a su lado soñaría sus miedos, las derrotas que la atormentaban y las heridas que aún eran lamidas por sus demonios internos. Por lo mismo siempre estaba sola, temía a enfrentarse con la vasta inmensidad de un ser humano y que éste también colisionara con la de ella, no sabiendo si saldrían airosos. Se soñó cayendo a un oscuro pozo y, en su inconsciencia,  trataba de asimilar cómo vacíos tan grandes habitan en cuerpos tan pequeños. Era como si otra vida sucediera en un universo paralelo, en donde lo corpóreo no fuera necesario y sólo existieran las sensaciones que dan forma al alma,

Happiness...

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Sólo sintió un puñetazo en su estómago. No supo si la aquejó el dolor, todo fue tan rápido, como un soplo caliente sobre sus entrañas. Siempre supo que la felicidad no era necesariamente gozosa, sino que un espiral doloroso al que se descendía más profundo en la medida de cuánto de ella conquistaras. De momento iba a mitad de camino, tranquila, asumida, pues la tristeza que había sentido toda su vida se cambiaba a un dolor distinto a una escalera más iluminada, pero igual de misteriosa. Se movía con un arma en sus manos, de momento no la quemaba... Brotes de colores comenzaban a salir de su cabello, iba floreciendo a medida que cruzaba puertas y estaciones dentro es esa dimensión oculta en donde los pies no eran necesarios para caminar. Todo era placentero, salvo la sensación de ardor en sus manos, de picazón incontrolable en los dedos. Pasaba por lugares en donde la nieve era encarnada por pétalos de cerezos volando en círculos, formando pájaros de papel de alto vuelo, los qu

PRISMA.

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Ya no soportaba esta guerra. Las flores de su vestido se enredaban en las líneas de su corbata, su pintura de labios sellaba la inseguridad de su hombría. No sabía hasta dónde llegaría este sentimiento de odio que albergaba para con su esposa, pero si algo estaba claro es que, tarde o temprano, uno de los dos ganaría la estadía en este mundo. Se miraban todas las noches en el espejo, haciendo zancadillas mentales a sus respectivos reflejos. Maquinando qué forma sería la más certera para acabar con el otro, para borrarlo del mapa y conquistar la paz individual fragmentada en un hogar múltiple, en el que la luz se quebraba y constituía el caleidoscopio de las sombras. Los vecinos nunca los veían juntos, pero sabían que estaban casados. Es verdad que las parejas se mimetizan, pero ellos eran de un parecido sorprendente, por lo que muchos rumores comenzaron a crecer en esa pequeña aldea. Sin embargo, y como los rumores viajan más rápido que el viento, de la misma forma en la que n